El logo de Joan Brossa

EX LIBRIS LEGADO FERRATER MORA

Josep-Maria Terricabras

Director de la Cátedra Ferrater Mora de Pensaimento Contemporáneo

Universitat de Girona

Anagrama llegat

A finales de enero de 1991 Ferrater Mora visitaba Barcelona para presentar su última novela. Teníamos que hablar también de cuestiones relacionadas con la Cátedra de Girona. Poco después de llegar sufrió un infarto. Fue en la Clínica Sant Jordi, en horas de preocupación y tristeza, cuando su esposa, Priscilla Cohn, me hizo saber la voluntad de Ferrater de cedernos la biblioteca y todos los documentos privados. La sorpresa fue acompañada de un enorme agradecimiento. Y, por supuesto, de sentido de responsabilidad. Teníamos que hacer honor a este honor. Pedí al amigo Joan Brossa un ex libris para este legado. La obra de Brossa -como siempre, sencilla, pero no simple- reclama un comentario. A primera vista, parece que el ex libris consta de dos letras mayúsculas, la F y la M, unidas entre sí por una flecha que lleva de una a la otra. Esto es lo que parece, pero no lo que se ve. Brossa es un maestro en el arte de la simulación y la revelación. De hecho, las dos supuestas letras, no están. Estrictamente, lo que vemos pintado es: en medio, una flecha roja que dibuja un arco redondo; a la izquierda, un ángulo negro, en el que la flecha apoya el nacimiento de su arco; a la derecha, dos rayas paralelas negras que enmarcan la punta de la flecha. Esto es lo que hay. Brossa, sin embargo, nos vuelve a recordar que a menudo no vemos lo que hay sino que vemos lo que sabemos, y que más a menudo todavía no sabemos que vemos. En efecto, nadie diría que a la izquierda hay una F si no viera también que a la derecha hay una M; y nadie vería esta M si no viera la F. Pero ambas sólo se ven gracias a la flecha. (La leyenda «Llegat Ferrater Mora» que lo acompaña sólo es un empujoncito final para los más despistados.) He aquí, pues, la magia de Brossa en acción: dos letras inexistentes vienen a la existencia simultánea por el arco de una flecha. Gracias a ella, unas rayas negras se convierten, primero, en letras y, después, en las iniciales de un solo nombre: Ferrater Mora. Los colores de Brossa también juegan un papel importante. Se trata de un intercambio, sin confusión, entre el rojo y el negro. Porqué el trazo grueso de la flecha roja contiene -y transporta- pequeñas motas negras, como para terminar de confirmar que es la flecha roja la que asume la tarea de construir las letras negras que al final veremos. Si el ángulo negro de la izquierda daba nacimiento a la flecha y las rayas negras de la derecha enmarcaban la punta, es sin embargo la flecha -roja pero preñada de negro- la que hace que los trazos negros, dispersos a ambas partes, tengan al final sentido. Sentido de letra. Sentido de nombre. Estoy seguro de que a Ferrater le habría gustado mucho que, a través de un juego de insinuaciones, de intercambios y de transformaciones se llegara a un resultado tan rotundo. Él estuvo siempre en camino, en proceso, haciendo y rehaciendo una obra sólida, rigurosa, monumental. Brossa no conoció a Ferrater. Tengo la pretensión de pensar que, en parte, aprendió a apreciarlo gracias a lo que yo le expliqué. De hecho, este ex libris nos identifica el mejor Ferrater Mora, porqué nos lo presenta, simbólicamente, como una flecha simple, diáfana. Una flecha que hace de bóveda de nuestro cielo cultural. Una flecha que apunta y que acierta, pero que no amenaza, sino que cobija.

(*) Artículo publicado en la Revista de Girona, n. 226, septiembre-octubre de 2004, p. 14.