La Escuela de Kioto nos abre nuevos horizontes y nos ilumina aspectos desconocidos de la misma filosofía occidental. Es un ejemplo de la mutua fecundación que considero el «imperativo cultural» de nuestra situación histórica. No podemos respirar por mucho más tiempo dentro del ambiente cada vez más enrarecido de una sola cultura, por global que pretenda ser. Como se nos presenta con claridad en el ejemplo de la Escuela de Kioto, la filosofía no es monopolio de nadie. No se trata de proponer «una» (sola) filosofia como «filosofía mundial» sino de racabar los derechos de «la» filosofia para todo el mundo.
Desde la apertura de Japón a Occidente a finales del siglo XIX se fue configurando esta Escuela de Kioto, aunque invitando a autores occidentales para dar lecciones de su tradición filosófica, pero sobre todo empezando a enviar alumnos a estudiar a Europa con profesores como Husserl o Heidegger, entre otros. Este exquisito maridaje de pensamiento occidental y cristianismo con las raíces y contexto del budismo zen japonés, dio lugar a varias generaciones de originales pensadores: Kitaro Nishida (1879-1945), Hajime Tanabe (1885-1962), Keiji Nishitani (1900-1990), Shizuteru Ueda (1926-2019).
El interés de occidente por esta escuela se ha ido incrementando en los últimos años. También en el ámbito hispano con una serie de traducciones y monografías recientes, aunque ya hace más de cincuenta años que se publicó la primera obra de Nishida, el padre de esta familia e inspirador de la escuela, Ensayo sobre el bien [1911], Revista de Occidente, Madrid, 1963.
Pero es su tercer representante -alumno de Heidegger- el máximo responsable del creciente interés por esta escuela y con un texto que algunos han considerado como uno de los más importantes del siglo XX -de “la” filosofía para todos que reclama Panikkar- que es el elegido por el trabajo del seminario de este curso:
Nishitani es un ejemplo paradigmático de interfecundación de diversas culturas filosóficas. En la introducción dice Heisig: «La fuerte impresión recibida al leer Así habló Zarathustra en sus años universitarios le dejó dudas bien profundos. Como académico tradujo y comentar obras de Plotino, Aristóteles, Boehme, Descartes, Schelling, Hegel, Bergson y Kierkegaard, los cuales dejaron huellas en su pensamiento. Pero cuando leía a Nietzsche, y también a Eckhart, Dōgen, Hanshan, Shide, los poetas zen y el Nuevo Testamento, lo hacía a través de las lentes de sus propias y eternas preguntas espirituales.»
De hecho el título original del libro es una pregunta, y la cuestión presente en todas las páginas del libro en busca de una respuesta es: ¿cómo traspasar el nihilismo contemporáneo? Una cuestión filosófica pero fundamentalmente existencial y espiritual. Por Nishitani, la ontología tradicional es incapaz de superar el punto de vista meramente teórico, y se hace necesaria una radical metanoia para traspasar el campo de la nihilidad, de la nada que hemos descubierto detrás de toda representación sea sensorial o racional. Nos representamos la realidad como objetos, como cosas porqué la queremos sujetar y poseer, aunque paradójicamente, este hombre teórico, aunque representándosela, se aleja -distancia entre sujeto y objeto, separación de ontología y epistemología. Miedo a la realidad? (Nietzsche). Así Nishitani nos descubre el fundamento del hombre teórico, de la representación: el deseo, la afección y en definitiva «la voluntad de poder».
Una de las contribuciones de la Escuela de Kioto de la filosofía japonesa contemporánea es la de haber puesto en cuestión las limitaciones de una conciencia humana reducida a formas de conciencia meramente en términos de sujeto-objeto. […] Antes de nuestro conocimiento epistemológico (sujeto / objeto) existe la conciencia ontológica. Esta puede ser la tarea del «intellectus», «nuevos» o espíritu, en contraposición a la «ratio», «dianoia» o mente.
Como nos recuerda Nishitani, el maestro zen Dōgen insiste en que hay «sólo sentarse» (za zen) y «dejar caer cuerpo y mente» para abrirnos, desde la nihilitat al campo de la vacuidad (śūnyatā). Con el cuerpo y la mente caídos, el hombre teórico se deconstruye, anonada, desaparece, y con él el deseo y la afección; entonces emerge la apertura infinita del campo de la vacuidad; un campo que está más allá de todo campo, que es absolutamente trascendente, pero que a la vez es lo más cercano, lo más íntimo, lo más propio de toda cosa, lo absolutamente inmanente. El campo de śūnyatā es el espacio abierto adual (advaita) que hace posible todo campo y toda cosa. Es un campo en el que no podemos llegar porque nunca hemos salido, y es lo que no se puede conseguir porque siempre lo hemos sido:
El campo en que todas las cosas se sostienen por sí mismas no es otro que el de «śūnyatā» que, al haber atravesado la nihilidad, se abre como un más acá absoluto. En el campo de «śūnyatā» cada cosa se manifiesta en su mismidad en el acto de afirmarse de acuerdo con su propio potencial particular y su «virtus» y con su propia forma determinada. Para nosotros, como seres humanos, volver a ese ámbito comporta, al mismo tiempo, una afirmación elemental de la existencia de todas las cosas (mundo) y una afirmación elemental de nuestra propia existencia. El campo de «śūnyatā» no es otro que el de la gran afirmación.
Una lectura densa, de tempo lento y de una profundidad transformadora; así vivimos muchos miembros del seminario el estudio de este singular texto.
Aquí podrán encontrar la programación del curso y también la reseña sobre la Escuela de Kioto «¿Hacia una filosofía mundial?» de Jordi Pigem (Culturas / La Vanguardia, 24 de mayo de 2006).